que no había solución, que no debía haber pretensiones,
ni ilusiones, ni nocturnos dulces,
ni sueños, ni despilfarros, ni sobremesas
ni risas de niños.
Antes pensaba: "Somos animales, irracionales, superfluos, vanos, ridículos,
irremediables,
sin sutura aparente, ni remedio a la mano,
sin duda, y sin sombra,
sin rumbo, y sin dicha,
llenos a reventar de una risa con eco,
de comilonas sin sentido, sin celebración,
sin conciencia de lo transcurrido."
Siempre pensé que nos reproducíamos como fauna nativa,
como parte del entorno, de la conciencia colectiva,
de los usos y costumbres,
que nos reproducíamos como un virulento flagelo,
poseedores de una sola idea de quebrantarlo todo,
de gastarlo todo,
de traer el todo rendido ante la nada, con el sólo afán de vaciar nuestras cuencas,
destilando hastío,
para después atribulados, quejarnos ad infinitum.
Pero un día sin luna, sin sol,
sin estrellas, sin nubes,
con una espesa nata gris sobre el cielo,
sobre el alma,
sobre las cuantiosas y lentas prisas en las calles,
sin destino, sin melomanía
sin compás, sin honestidad;
me topé contigo,
la sorpresa fue exacta,
y no puedo decir más,
no puedo abarcarlo, no puedo describirlo,
pero sin duda, sí puedo balbucearlo:
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