Después de vagar por mares de páginas, por pasillos largos y noches sin bohemia, de dialogar con musas vivas y escritores muertos, pensé que esa frase era cierta, que los filósofos retóricos no habían vivido en vano, que su arte estaba definido y heredado.
Sin embargo, creo ahora -y en retrospectiva, digo- es cuando más perdido y marchitándome estaba. Cuando el corazón oculto -y que escribía cartitas de amor a destinatarias de la infancia-, avergonzado, maltrecho, fuera de moda, se su sumía en lugares trillados, vacíos: una copa, unos amigos, algunas lunas sin vela, un barco sin destino; una brújula sin extremos, en sábanas compartidas pero blancas.
Hace unos días -¿segundos?-, oí una frase que me gustó y me hizo reflexionar, sin duda: "no es fácil vivir siendo poeta. pero es aún más difícil vivir sin serlo."
No obstante lo atinado, aquí en África, hay algo en ella, que mantiene inquietos a los elefantes: después de sentarse al descampado, de sufrir la lluvia, el desamparo, el consumirte la piel, el desarroparte para sentir el peso de las nubes, hay una conclusión: Nadie es poeta.
Y ese Nadie que es poeta, porque sólo -y simplemente- somos, lo expresamos de manera distinta. Nos gustan las palabras, su olor, su textura, su sabor, y las rumiamos mientras pastamos, desapercibidos en el mundo actual, tan posmoderno.
Literalmente somos hojas y/o vaca. Nos fundimos en el entorno, mudamos de piel, a la espera de una presa, estirando nuestra lengua de tres metros y medio para hallarnos un momento después, bien adentro y con sorpresa. O simplemente, guisamos a fuego lento sin dejar que el agua se consuma; tres huevos, harina, mostaza, miel de abeja y pimienta al gusto...
¿Ser poeta?
Cualquiera es poeta. Sólo falta estar vivo para mostrarlo, para exhibir huesos calcinados, cicatrices, colores, y soñar con la materia de que estamos hechos.
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Etiquetas: Laberinto al Interior