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miércoles, agosto 08, 2007

7:36 p.m. - Así que...

Llegué corriendo como siempre. Me formé de volada para comprar un par de boletos.
¡Siempre llego tarde! ¿Cuándo aprenderé a tomarme mi tiempo? -me repetía mientras tomaba mi lugar y me resignaba. La espera me puso de malas. La impaciencia me picaba la espalda.

Me moví un poco para ver la hilera. Parecía que había como trescientas personas delante de mí. Continué en la fila fingiendo normalidad. Sin embargo, la gente me veía raro -¿Qué? ¿Se les perdió uno igual? -rumié para mis adentros. Revisé mi apariencia en el reflejo de la ventanilla. Sabía que venía agitado y sudoroso; pero eso no era suficiente para que me vieran así estos pinches metiches. Me acomodé el cabello con la mano lo mejor que pude.

¡Por fin fue mi turno! -Dos boletos señorita- espeté rápidamente a la persona detrás del vidrio.
Sabía que al voltearme me lo encontraría de frente. No sé, fue ese tipo de sensación que uno tiene y que no se puede llegar a explicar muy bien. Lo sentí allí, en el rabillo, en la mera esquina del ojo. Tomé los boletos y me eché a correr -a ver si puedo alcanzar el convoy- pensé.

Bajé a toda prisa los escalones. Eran varias series de escaleras para bajar hasta el andén, y la dirección para donde yo iba estaba del otro lado. Los salté de dos en dos y los últimos tres me los brinqué así nomás. Volteé y logré verlo, venía volado, tratando de atraparme. Igual me alcanza -me dije- pero no va a ser tan fácil.

Desde el primer momento que percibí su presencia, supe lo que él quería; pero no lo dejaría. Creo que era un policía, pero ni cómo saberlo. Sigo sin saber si lo que traía en el pecho era una placa u otra cosa sea dicha la verdad ¡Sepa! pero no me iba a parar a preguntarle -Oiga ¿Usted es policía? ¿Podría identificarse? ¿Sí? Ja-ja ¡Cómo no! ¡Y que tal si era otra cosa y sólo quería chingarme? ¡Nóm-bre que se pare otro! –medité.

Al subir corriendo los escalones choqué con un mar de gente que venía del otro lado. La verdad no me importó mucho cuando a toda prisa me estampé con ellos. Obviamente, todos me la mentaban -¡Oiga, que le pasa! -decían unos- ¡Fíjese por donde anda! -echaban otros- ¡No me empuje baboso! -me escupían algunas viejas, (típico de ellas)- ¡Pinche pendejo! -gritaban los más encabronados. Pero era eso ó parar mi carrera. No obstante, no había cómo escapar, ese desgraciado era implacable y no tardaría en alcanzarme. Al llegar a lo alto empecé a jadear, me detuve un segundo y seguí corriendo. Giré para ver donde estaba. Su mirada chocó con la mía y mi temor tropezó con las personas desperdigadas en el piso al econtrármelas de frente.

Fastidiado me di cuenta: no había alternativa. Bajé a toda prisa hasta el andén y continúe hasta la orilla, mientras él se acercaba casi pisándome los talones. Los vagones casi estaban allí. Es la única forma -pensé- y me aventé.


P.D.
Este cuento lo escribí hace casi una década o tal vez un poco más, en uno de mis interminables periplos por el metro.

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