Mi inexperiencia de los días previos,
me llevó a pensar que el amor tiene una cara suave,
cálida como la arena,
suave como verano,
verde como sus tardes,
lánguida, lene.
La voz de esa musa, me encendió,
quemó mis dioses, mis posesiones, mis visiones,
su piel se quedó impregnada en todos los rincones,
en todas las fuentes fluviales que recorrían mis extravíos,
mis sinsentidos,
alcanzando, tal vez,
a la poesía misma que vivía en ese entonces,
en los escondrijos más visibles de un ámbar brillante,
pulcro, cristalino, intocado.
Sus pasos me devastaron,
me privaron de una parte de mí,
y que dejé en ella,
me confundieron,
me hicieron perder la brújula,
la sinrazón,
la extraña forma de enfrentar los posibles precipios,
los -en ese entonces- futuros fantasmas,
los esqueletos, los sepulcros blanqueados,
los puñales llenos de risas, amagados por manos amigas,
manejados con maestría y con cierto dejo de miopía.
De mi centro -que fluía sin control- sólo pude concebir un ¡gracias!,
una mueca parecida a una sonrisa
y un dolor que duró años.
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Etiquetas: Laberinto al Interior