Cuando uno llega al final de un camino, es probable que existan ciertas dudas, cierta inseguridad, algunas veces infranqueable, innecesaria; pero debo decir que es de ahí precisamente, de donde proviene nuestra más profunda fortaleza, nuestras ganas de volver a vivir, de regresar.
No podemos seguirnos dando tiempo a sacar la cabeza del agua para sólo darnos cuenta que el mundo es peor de lo que imaginábamos, que únicamente podemos seguir si nos ilusionamos nuevamente, si solamente somos capaces de proferir nuevos hechizos, encantamientos que nos puedan ocultar el sol con una mano, con una idea, con deseos de no despertar jamás.
La hipnosis del aliento,
nos puede devolver a las playas más cercanas del lejano oriente de los días,
Nos debe un sol de naranjo que brinque sobre la arena,
que nos provea de rocío salado,
que se ría de nosotros en nuestra cara,
que se diga a sí mismo: es aquí donde pertenezco, aquí es donde quiero estar;
pero es sólo ilusión, pues ¿dónde queda el sitio exacto?
¿Dónde pertenecemos en realidad? ¿Allá? ¿Aquí? ¿En lontananza?
¿En nuestros caros deseos? ¿En nuestras apocadas esperanzas? ¿En nuestras afamadas virtudes?
¿Dónde pues?
El amor es la única brújula posible,
pero el amor se oculta fácilmente,
es indetectable, indecible, inodoro e incoloro,
es cristalino como el agua, y puede crear los mismos espejismos,
es amorfo, maleable, y tibio; pero sólo cuando está dormido.
Cuando despierta ¿Cómo es? ¿Dulce? ¿Apacible? ¿Maleable? ¿Oportuno? ¿Madrugador?
¿No acaso es una feroz bestia que se traga todo?
¿No es verdad que "dulcemente" desmiembra a sus lánguidas víctimas?
¿No es verdad que nunca se amolda a nuestras metas o deseos?
¿No se presenta en los momentos más álgidos, menos oportunos?
¿No cuando venimos, él ya fue, y regresó?
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