¿Dónde están tus ojos? siempre me pregunto, ¿Dónde están tus manos? que no siempre encuentro, ¿Dónde están tus sueños? que no siempre compartes, ¿A dónde van tus pasos? que no siempre escucho, ¿Dónde quedó tu olor? que no siempre percibo, ¿la sed? ¿Dónde está? ¿Qué pasó con la suma de las partes?
Si te dijeran que sólo andas hacia atrás ¿Qué pensarías? ¿Qué eres cangrejo? ¿Qué te lo dijeron para molestar? ¿Adrede? ¿Acaso buscaban hacerte daño? O simplemente ¿Qué ves las cosas desde una perspectiva completamente diferente, desde la espalda oculta de los ojos, hasta la sonrisa que esbizan siempre, hacia adelante? Me gusta leer el periódico en las mañanas, tomando café y donas. -Memorias perdidas de un viajante extraviado-
Estas son simplemente unas palabras que dejé en un post de la bitácora de Alejandro Aura, a quien verdaderamente estimo y admiro por cuestiones de toda índole, las que van desde su inteligencia, sus palabras escritas y versadas, hasta los manjares que cocina, es decir (y no tengo otra forma de señalarlo): es todo un estuche de monerías
¿Sabes? Te extraño, nostálgicamente, melancólicamente, porque aún cuando tú no me conociste de primera mano yo te admiraba de lejos, de cerca, a mediana altura.
Y no te extraño de una manera pueril,
sino con amor,
gozo por tus letras vivas,
tus espacios,
tu ires y venires,
tu voz.
Echo de menos esas mañanas de rocío, niñas retozonas, jubilosas -para mí al menos-, con un poco de sol sobre el café, con un poco de humor jovial, con un mucho de amor sobre las letras, esas que leías y que yo devoraba, digería, anhelante, atento.
Todo eso me vino de golpe, de repente, como un viento fugaz, ligero, que se estremece con el recuerdo de un lugar, de un olor, de un gesto, de una mano amiga, de la voz de un maestro, de un guía, que presta su voz, como faro, y su saber para aquellos, que buscamos un rinconcito, un lugar junto al fuego.
"Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara."
Las Ruinas Circulares Jorge Luis Borges
Este es un viaje desde el centro de las ruinas. De esos vestigios concéntricos descritos desde el otro lado, desde de la otra orilla. Este es un periplo para denostar el pobre sentido de los periplos, de los susurros, de los sueños. Pero también es un intento por salvar el alma del hombre, inmerso en sus propias ideas de grandeza.
Para rescatar al hombre es indispensable, en primera instancia, curar su corazón. Sin este exorcismo básico, toda labor encaminada a tratar de resanar su espíritu, será en vano. No es posible tratar de sumergirse en la inconsciencia de un ser humano común y corriente, sino se ha conseguido un reflejo digno en el alma de un shaman. Es necesario ver a ese "nagual" observar las estrellas, mientras se pregunta el porqué de las cosas. El porqué de las mañanas. El porqué de las laderas escabrosas. El porqué de la humedad y de las sombras en el bosque.
Para entender al hombre citadino contemporáneo, es indispensable, tocar las manos de ese sabio, de ese "hombre de poder", a fin de entrar en contacto con la naturaleza misma que impulsa su espíritu. Los sueños son como los hijos, vienen cada vez que nos necesitan, cada vez que encuentran urgencia por hallar una partera. Los hijos son como los sueños, dulces y amados, esperados con anhelo y excitación. Con esperanza y destino.
Para ver el alumbramiento de un hijo es necesario soñar. Sin embargo, para crear de la nada vísceras y tripas, para dar a luz un vástago, se debe destruir toda vida pasada, todo vestigio, toda señal de un pasado sin sentido. Es premisa sacar al aire los viejos recuerdos para que desaparezcan como polillas por la ventana. Acto seguido, debe uno caminar por las Ruinas Circulares, por los vestigios de lo que fue y empezar de cero. Edificar desde las cenizas el centro de cada uno, de cada nueva estructura que se vendrá a sumar con las tantas otras que ya están ahí. Sin derrumbar nada más, sólo ocupando su lugar, al lado unas de otras, formando así, nuevos círculos que parten desde un mismo centro.
Todavía escucho los ecos de la voz de aquel guía que se adelantó en el sendero y que con una mueca, tan característica en él, se voltea en el umbral para decirnos que la distancia que falta para llegar al exterior no está muy lejos. Él, como un padre que ensueña a sus hijos porvenir, esculpió con tinta y amor, el camino de mucha gente relacionada -de una u otra forma- con la literatura. Él tocó con sus dedos a los "sueños" por venir, a todos los que seguiríamos sus pasos para tratar de encontrar, al igual que él lo hizo, nuestro propio origen. Y eso sólo para darnos cuenta que eramos SU sueño y que él a su vez, era el ensueño de alguien más. Multiplicidad de hombres y de momentos. Espejo con reflejos infinitos hasta el principio del género humano, tal y como lo conocemos. Tocar la yema de sus dedos es entrar en contacto con esa parte del espíritu que se encuentra dormida en el pecho.
Al aspirar el nocturno, nos damos cuenta que únicamente somos pólvora mojada y que sólo mostramos nuestro verdadero ser cuando tocamos el fuego. Es entonces que damos gracias y soñamos a nuestra vez con el mago que nos dio vida.
Nota: Durante mi infancia, mi madre que era muy joven, en vez de leerme cuentos tradicionales ó esos que comúnmente se les relatan a los niños antes de dormir, acudía a textos como el "Llano en llamas", "Confabulario" ó "Casa Tomada". "Ficciones" fue el primer libro que leí por iniciativa propia como a los 6 años de edad, y al empezar la lectura de "Las Ruinas Circulares" se abrió ante mí un nuevo mundo, un nuevo espacio y tiempo. Para los infantes de mi edad -en aquella época- lo usual era Tom Sawyer y cosas por el estilo, hablarles entonces de Jorge Luis Borges era como platicarles en un idioma extranjero, totalmente distinto. Así que Borges fue mío, mucho antes que empezaran mis inquietudes juveniles. Pude hablar con él a través de sus letras y aprender de sus viajes en momentos en los que la vida se presenta difícil, pues son pocas las personas que pueden hablar con un adolescente, entenderlo y señalarle el camino, y por eso siempre -hasta que pueda conversar con él en persona- le estaré agradecido.
Llegué corriendo como siempre. Me formé de volada para comprar un par de boletos. ¡Siempre llego tarde! ¿Cuándo aprenderé a tomarme mi tiempo? -me repetía mientras tomaba mi lugar y me resignaba. La espera me puso de malas. La impaciencia me picaba la espalda.
Me moví un poco para ver la hilera. Parecía que había como trescientas personas delante de mí. Continué en la fila fingiendo normalidad. Sin embargo, la gente me veía raro -¿Qué? ¿Se les perdió uno igual? -rumié para mis adentros. Revisé mi apariencia en el reflejo de la ventanilla. Sabía que venía agitado y sudoroso; pero eso no era suficiente para que me vieran así estos pinches metiches. Me acomodé el cabello con la mano lo mejor que pude.
¡Por fin fue mi turno! -Dos boletos señorita- espeté rápidamente a la persona detrás del vidrio. Sabía que al voltearme me lo encontraría de frente. No sé, fue ese tipo de sensación que uno tiene y que no se puede llegar a explicar muy bien. Lo sentí allí, en el rabillo, en la mera esquina del ojo. Tomé los boletos y me eché a correr -a ver si puedo alcanzar el convoy- pensé.
Bajé a toda prisa los escalones. Eran varias series de escaleras para bajar hasta el andén, y la dirección para donde yo iba estaba del otro lado. Los salté de dos en dos y los últimos tres me los brinqué así nomás. Volteé y logré verlo, venía volado, tratando de atraparme. Igual me alcanza -me dije- pero no va a ser tan fácil.
Desde el primer momento que percibí su presencia, supe lo que él quería; pero no lo dejaría. Creo que era un policía, pero ni cómo saberlo. Sigo sin saber si lo que traía en el pecho era una placa u otra cosa sea dicha la verdad ¡Sepa! pero no me iba a parar a preguntarle -Oiga ¿Usted es policía? ¿Podría identificarse? ¿Sí? Ja-ja ¡Cómo no!¡Y que tal si era otra cosa y sólo quería chingarme? ¡Nóm-bre que se pare otro! –medité.
Al subir corriendo los escalones choqué con un mar de gente que venía del otro lado. La verdad no me importó mucho cuando a toda prisa me estampé con ellos. Obviamente, todos me la mentaban -¡Oiga, que le pasa! -decían unos- ¡Fíjese por donde anda! -echaban otros- ¡No me empuje baboso! -me escupían algunas viejas, (típico de ellas)- ¡Pinche pendejo! -gritaban los más encabronados. Pero era eso ó parar mi carrera. No obstante, no había cómo escapar, ese desgraciado era implacable y no tardaría en alcanzarme. Al llegar a lo alto empecé a jadear, me detuve un segundo y seguí corriendo. Giré para ver donde estaba. Su mirada chocó con la mía y mi temor tropezó con las personas desperdigadas en el piso al econtrármelas de frente.
Fastidiado me di cuenta: no había alternativa. Bajé a toda prisa hasta el andén y continúe hasta la orilla, mientras él se acercaba casi pisándome los talones. Los vagones casi estaban allí. Es la única forma -pensé- y me aventé.
P.D. Este cuento lo escribí hace casi una década o tal vez un poco más, en uno de mis interminables periplos por el metro.