No pude dejar de ponerlo aquí para compartirlo con ustedes.
Así que, sin más preámbulo:
El reestablecimiento de nuestra conexión con el mundo
Daisaku Ikeda
Los poemas y las canciones que se escriben como si el corazón se estuviera derramando sin parar, adquieren vida propia. Van trascendiendo los límites de la nacionalidad y del tiempo.
Especial para The Japan Times
Enfurecido por las olas /un mar de nubes baña los cielos. /La luna es un barco
/que avanza a remos a esconderse tras un bosque de estrellas.
Este poema estilo waka fue escrito hace unos 1.300 años y forma parte del Manyoshu, la más antigua compilación de poemas japoneses que existe, cuyo título en castellano sería “Diez mil hojas recopiladas”.
Ya nuestro planeta ha enviado seres humanos más allá de la atmósfera terrestre; ya hemos pisado la superficie de la luna. Sin embargo, al leer este poema, uno se pregunta si en los tiempos antiguos las personas no percibían y sentían la presencia de la luna con mayor intimidad que nosotros. ¿Será posible que ellos hayan vivido vidas más ricas, más expansivas que nosotros, quienes con todas las comodidades materiales que disfrutamos, raras veces nos acordamos de admirar el cielo?
Sumergida en las preocupaciones materiales, el clamor y el bullicio, la humanidad contemporánea se ha separado de la inmensidad del universo y del flujo eterno del tiempo. Luchamos contra los sentimientos de aislamiento y alienación. Buscamos satisfacer la sed del corazón siguiendo los placeres, sólo para encontrar que nuestros deseos se van haciendo cada vez más feroces.
Esta separación y este alejamiento es, a mi parecer, la tragedia que subyace a la civilización contemporánea. Divorciados del cosmos, de la naturaleza, de la sociedad y los unos de los otros, nos hemos fracturado y nos hemos fragmentado.
La ciencia y la tecnología han aportado a la humanidad poderes que escapan a la imaginación, y que le han traído beneficios inestimables a nuestra vida y nuestra salud. Pero todo ello ha llevado, en paralelo, a la tendencia a que nos distanciemos de la vida, a que limitemos y reduzcamos todo lo que nos rodea a números y cosas. Hasta las personas se han vuelto cosas. Las víctimas de la guerra se presentan como estadísticas. Nos mostramos insensibles a lo que realmente significan un sufrimiento y un pesar que son imposibles de describir con palabras.
Los ojos de un poeta descubren en cada persona un sentido de lo humano que es único e irreemplazable. Y mientras el intelecto arrogante busca controlar y manipular al mundo, el espíritu poético se inclina en reverencia ante sus misterios.
Cada ser humano es un microcosmos. Vivimos aquí en la Tierra, y respiramos al ritmo de un universo que se extiende infinitamente sobre nosotros. Cuando brota una resonante armonía entre el inmenso cosmos exterior y el cosmos que vibra dentro del ser humano, nace la poesía.
Puede ser que en el pasado todas las personas hayan sido poetas que se mantenían en un diálogo íntimo con la Naturaleza.
En el Japón, la obra Manyoshu incluye poemas escritos por personas de todo tipo, y casi la mitad de los poemas llevan el sello de “autor desconocido”.
Estos poemas no fueron escritos para engalanar a un nombre. Los poemas y las canciones que se escriben como si el corazón se estuviera derramando sin parar, adquieren vida propia. Van trascendiendo los límites de la nacionalidad y del tiempo a medida que pasan de una persona a otra, de un corazón a otro.
El espíritu poético puede encontrarse en todos los quehaceres humanos. Puede, por ejemplo, estar activo en la íntima búsqueda de la verdad que palpita en el corazón de un científico dedicado a la investigación.
Cuando el espíritu de la poesía vive dentro de nosotros, incluso los objetos dejan de parecer sólo cosas, y nuestros ojos adquieren la destreza para captar la realidad espiritual interna. Una flor pasa a ser más que una flor. La luna deja de ser apenas materia que flota en los cielos. Y cuando fijamos la mirada en una flor o en la luna, percibimos intuitivamente el vínculo insondable que nos une a todo lo que existe.
En este sentido, los niños son poetas por naturaleza, por nacimiento. Atesorar y nutrir sus poéticos corazones, permitiéndoles desarrollarse, hace también que los adultos nos acerquemos a nuevos descubrimientos. Después de todo, nosotros no existimos solamente para cumplir nuestros deseos. La felicidad real no se encuentra en tener más posesiones, sino en profundizar nuestra armonía con el planeta.
El espíritu poético posee el poder para recuperar el “tono” y reconectar a un mundo discordante y dividido. Los verdaderos poetas se mantienen firmes, mientras confrontan los conflictos de la vida y sus complejidades. El daño que se le hace a cualquier persona, en cualquier parte, causa agonía al corazón del poeta.
Un poeta es aquél que ofrece a las personas palabras imbuidas de valentía y esperanza, a la vez que busca una perspectiva —un paso hacia lo profundo, un paso hacia lo alto— que permita hacer tangibles las difíciles realidades espirituales que se nos presentan en la vida.
El sistema de segregación racial denominado apartheid fue una grave afrenta contra la humanidad, y la sagaz espada de las palabras jugó un papel importante en la resistencia y el combate a este mal.
Oswald Mbuyiseni Mtshali es un poeta sudafricano que luchó contra las desigualdades del apartheid esgrimiendo la poesía como arma. Él escribe:
“La poesía despierta nuestra espiritualidad y la robustece. Nuestro lado
espiritual es nuestra fortaleza más real y más profunda. Es la energía que nos
hace personas decentes, plenas de empatía hacia los necesitados o afligidos,
hacia quienes están padeciendo por la injusticia y por otros errores o males
sociales”.
Nelson Mandela leía los poemas de Mtshali en la prisión, y extraía de ellos la energía para mantenerse luchando.
El poeta brasileño Thiago de Mello, elogiado como el protector del Amazonas, también soportó opresión de manos del gobierno militar. En la pared de la celda en la que fue encarcelado, encontró un poema escrito por un preso que había estado ahí anteriormente:
“Está oscuro, pero yo canto porque sé que el alba vendrá”.
Eran palabras de uno de sus propios poemas.
Como muchas personas jóvenes de mi generación, en medio del caos y el vacío espiritual que siguió a la derrota del Japón en la Segunda Guerra Mundial, yo logré un incalculable estímulo al leer “Hojas de césped”, de Walt Whitman. La desbordante libertad del alma de Whitman me llegaba como un relámpago de empatía.
Ahora más que nunca, necesitamos la voz estruendosa y conmovedora de la poesía. Necesitamos las apasionadas canciones del poeta, canciones de paz, canciones que hablen de que todas las cosas comparten una misma existencia, y que todas las cosas se benefician entre sí. Necesitamos el despertar del espíritu poético dentro de nosotros, la energía juvenil y vital, y la sabiduría que nos permite vivir al máximo. Todos debemos ser poetas.
Un poeta japonés antiguo escribió:
“Los poemas se levantan como diez mil hojas de lenguaje desde las semillas de
los corazones de las personas”.
Nuestro planeta tiene cicatrices y ha sufrido daños, sus sistemas de vida tienen la amenaza del derrumbamiento. Debemos proporcionar sombra y protección a la Tierra con “hojas de lenguaje” que se levanten desde las profundidades de la vida. La civilización moderna sólo será saludable cuando el espíritu poético recupere su justo lugar.
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Etiquetas: Cosas de cualquier especie, Paseos varios