Ando pensando tonterías, cosas vanas, irremediables; pero irrepetibles, se me escapan por la ventana, mientras vivo, mientras observo a los demás pasar. Esas cosas que suelen ser calificadas por absurdas, recorren con facilidad mis manos, que se mecen, por mis ojos que se pierden cerca, por mis pasos que suelen entretejer historias diversas, esas mismas que ahora, se dejan ver...
Desde el alquitrán de los días, desde la mirada gélida de los paseantes, desde la plenitud de los días grises, desde la planicie que se extiende en este otrora hermoso valle, puedo decir que el mundo se reduce, no sólo a polvo, miseria, pobreza, deslealtad, corrupción y violencia.
Hoy más que nunca, puedo sentir el roce del viento en el piso treinta y tantos de un céntrico edificio, asolarme por el despampanante panorama que se extiende por kilómetros, hasta la orilla misma de unos viejos volcanes, de unos terrosos montes, de unas colinas desgastadas por el pase del transeúnte distraído, o por el andar del tiempo.
Me elevo con el satín que se desagarra, me desando entre los girones que me llaman, que me incitan a presenciar, a maravillarme del mundo más allá de mis propios dedos, de mi humanidad desganada, desgastada, descontenta; pero que sin duda se hunde en el vértigo del asombro.
Me gustaría subir por esos tacones, despacio. Elevar mis deseos por detrás de las pantorrillas, las rodillas, escalar la cintura, tomar lo que se desdibuja sólo debajo de esa camisa blanca. Tomarlo entre mis manos, sondear esa sombra que se esconde en la última parte de la pared. Tragarme tu estómago, tus costillas, la axila izquierda, la clavícula, el cuello. Sumergirte, danzar sobre tí, en la boca, en la nuca, quitar lo que sobra, eso que únicamente es tela. Dejar tus tacones intactos hasta saberte indolente con la tibieza, con el aliento de mis bajos instintos y que sucumben cuando tomo esas armas suaves que son tus piernas, para despojarlos de los zapatos y devorar tus pies, los dedos, los talones. Morder hasta el hartazgo, hasta la copa misma de la ambrosía y beber hasta sofocar la voz de tu garganta, menguando en tus ojos, abriendo tu sesgo más abierto, más suave e íntimo. Comer hasta que la bestia interna se sofoque y pueda dormir tranquila en tu regazo.
Hoy me permití aceptarlo, no hay forma elegante de decirlo: Me obsesionan tus piernas, tus pies, esas pantorrillas que me vuelan los sesos cada que las veo, me gusta la forma como se enredan voluptuosas las curvas, cómo mi pensamiento se apodera de ellas, para hacerlas sufrir con mi tacto, con mi lujuria, con mis ganas de asumirlas mías, con vehemencia loca quitarlas de enmedio, y devorarlas hasta el último pedazo, todo mío, festín lascivo, egomaníaco, nada para nadie, nunca más.
Atrapado en el follaje, decidí inspeccionar el verde continuo, ambicionar el suspiro que se transluce en el todo que me rodea, en el aspirar desde los dedos, en el vibrar desde los azules, que se terjiversan hasta convertirse en morados, y que dejan finalmente paso a un rojo intenso que se mezcla con un blanco suspicaz, y que calla por momentos, dejando en su estela, un negro intenso plagado de ojos, que miran sin pudor a todos aquellos extraños, que les devolvemos la mirada desde este ancho mar, que extiende -ahora- sus brazos duros y fríos.
La lluvia que crece dentro, muy dentro, sólo me trae un poco de viento, álgido y un poco frío, de esas tardes cuando solía verla, dentro, muy dentro, aunque no estuviera cerca.
Sentía calor a pesar de las aguas,
a pesar de la falta de tibieza en el hogar paterno,
a pesar de mí mismo.
Únicamente esas notas
me daban una esperanza
un hálito,
una luz que nunca se extinguirá en esos días,
para ese alguien que ya no soy,
alguien que quedó ahí,
varado, y un poco abandonado.
Escribo con luz tardía para una ventana llena de gotas, para un alma que se fue de viaje para un sitio que ya no es más, que me hace ver de lejos, suavemente, y que duele adentro, verdaderamente adentro.
La mocedad me jugó una mala pasada. Mi inexperiencia de los días previos, me llevó a pensar que el amor tiene una cara suave, cálida como la arena, suave como verano, verde como sus tardes, lánguida, lene.
La voz de esa musa, me encendió,
quemó mis dioses, mis posesiones, mis visiones,
su piel se quedó impregnada en todos los rincones,
en todas las fuentes fluviales que recorrían mis extravíos,
mis sinsentidos,
alcanzando, tal vez,
a la poesía misma que vivía en ese entonces,
en los escondrijos más visibles de un ámbar brillante,
pulcro, cristalino, intocado.
Sus pasos me devastaron, me privaron de una parte de mí, y que dejé en ella, me confundieron, me hicieron perder la brújula, la sinrazón, la extraña forma de enfrentar los posibles precipios, los -en ese entonces- futuros fantasmas, los esqueletos, los sepulcros blanqueados, los puñales llenos de risas, amagados por manos amigas, manejados con maestría y con cierto dejo de miopía.
De mi centro -que fluía sin control- sólo pude concebir un ¡gracias!,
Uno puede preguntarse indefinidamente el porqué de las cosas, el porqué de las circunstancias que nos rodean. Y puede parecernos injusto, poco atractivo, poco hermoso, poco poético, de pocas palabras. Cuando uno llega al final de un camino, es probable que existan ciertas dudas, cierta inseguridad, algunas veces infranqueable, innecesaria; pero debo decir que es de ahí precisamente, de donde proviene nuestra más profunda fortaleza, nuestras ganas de volver a vivir, de regresar. No podemos seguirnos dando tiempo a sacar la cabeza del agua para sólo darnos cuenta que el mundo es peor de lo que imaginábamos, que únicamente podemos seguir si nos ilusionamos nuevamente, si solamente somos capaces de proferir nuevos hechizos, encantamientos que nos puedan ocultar el sol con una mano, con una idea, con deseos de no despertar jamás.
La hipnosis del aliento, nos puede devolver a las playas más cercanas del lejano oriente de los días, Nos debe un sol de naranjo que brinque sobre la arena, que nos provea de rocío salado, que se ría de nosotros en nuestra cara, que se diga a sí mismo: es aquí donde pertenezco, aquí es donde quiero estar; pero es sólo ilusión, pues ¿dónde queda el sitio exacto? ¿Dónde pertenecemos en realidad? ¿Allá? ¿Aquí? ¿En lontananza? ¿En nuestros caros deseos? ¿En nuestras apocadas esperanzas? ¿En nuestras afamadas virtudes? ¿Dónde pues?
El amor es la única brújula posible, pero el amor se oculta fácilmente, es indetectable, indecible, inodoro e incoloro, es cristalino como el agua, y puede crear los mismos espejismos, es amorfo, maleable, y tibio; pero sólo cuando está dormido.
Cuando despierta ¿Cómo es? ¿Dulce? ¿Apacible? ¿Maleable? ¿Oportuno? ¿Madrugador? ¿No acaso es una feroz bestia que se traga todo? ¿No es verdad que "dulcemente" desmiembra a sus lánguidas víctimas? ¿No es verdad que nunca se amolda a nuestras metas o deseos? ¿No se presenta en los momentos más álgidos, menos oportunos? ¿No cuando venimos, él ya fue, y regresó?
Where will I found you? Sleeping in a dream that doesn't belong to me? Where do I shall bid you farewell? Deep inside this rare skin?
I didn't sought this ship, that softly travels through a stormy sea, like it was a sunny and quiet day, tracing my destiny and fulfilling me, until this shore, holding to this thin legs of yours, like a mainmast, breaking your peace in two, reaping you inside out, just to save my life.
Hace poco descubrí que para la mayoría de los paseantes citadinos espontáneos, el fin de semana comienza en sábado y muere el domingo. Eso simplemente me pareció extraordinario, eso sin contar mi confusión y despilfarro ¿Uso los domingos sólo para pasar el tiempo? ¿Qué pasa entonces cuando leo el periódico? ¿Únicamente es esparcimiento? -Memorias Perdidas de un Viajante Extraviado-