Andate hasta el final, pero despacio, tómate tu tiempo, un pie suavemente detrás del otro, Sí, gira, despacio, lento, después, vuelvete, ahí, cerca de la ventana. ¡Ah, esa persiana! me gusta como te da la luz en el rostro, en el cuerpo, te sonríes, me piensas loco, desquiciado, umm, no sé, tal vez...
¿Por qué te pido esto? Simple, me deleito en tu aroma, en tu figura, en tus formas, me siento como Dédalo, siento ese vertigo, a punto de caer, pero cuando te vuelves y me miras, quiero deslizarme de nuevo en tus mejillas, y sólo te observo con avidez,
con ambición, con desenfreno... Por favor, vuélvete otra vez...
debajo de tus parpados y sobre la piel, debajo de tus pies y sobre la cadera, debajo de tus alas y sobre mi desposeída mortalidad, me siento, te espero.
recorro con lujuria tus momentos, tus anhelos, que se abren como pétalos, suaves y tibios, que se mecen con el fresco,
despójame de esta carnalidad, déjame entrar, derrumbar tus ansias locas, déjame incendiar con tu saliva este lecho, que yace muerto mientras tú no estás...
Esas pinches dudas traicioneras, se llevaron mis certezas. Las indujeron al mal, las pervirtieron. Fueron a llevarlas hasta a un antro en la playa, donde se divirtieron con todos los excesos. Tomaron alcohol hasta desfallecer y perderse, por ahí. Pero eso sí, son muy concientes de mi desamparo y orfandad. Por eso, para enterarme que no se olvidan de mí, me mandaron un montón de fotos a color.
¿Dónde están tus pisadas -las de ayer-? ¿Dónde puedo hallar esas horas incontables en las cuales tus deseos se mecieron en mis rodillas? ¿Para qué abrir? ¿Para qué cerrar? ¿Para qué permitirte doblar las esquinas? ¿Para qué desandar? ¿Para qué recorrer las cortinas, si la luz se escapa por el pestillo de la puerta? ¿Para qué cubrirse con una parra, si Dios es un curioso incorregible y puede vernos desnudos en la cama? ¿Por qué tus dudas? que me atormentan ¿Por qué me atacan estas dudas bobas -las mías- que sólo buscan y me marchitan? ¿Dónde están esas certezas? ¿Dónde andan? ¿Alguien las vio?
La reducción de la felicidad Después de algunos tropiezos, me fijé en mi calzado. Lucía algo desgastado, las agujetas ya no eran suficientemente largas como para hacer un nudo decente. Me detuve un segundo, y cavilé: ¿Qué? ¿Zapatos nuevos? ¿Limpieza? ¿Una boleada para que brillen? Pero como reza el viejo dicho: "Te Amo más que a mis zapatos viejos" Así que en este momento solamente traen agujetas nuevas, las cuales se amoldaron perfectamente. Parecen hechas unas para los otros. Y eso, sólo por el día de hoy, me hace feliz. Entre tanto, sigo apreciando mi calzado mientras camino entre mares de ciudad. -Memorias perdidas de un viajante extraviado-
Este es un camino de regreso desde el centro. Siempre hay vestigios que se esconden al borde de esta orilla. Sin duda, no habrá tiempo para desoir los gritos que se oyen como un eco. Voz que se escapa por las altas murallas que rodean este laberinto inmerso. Este avatar del tiempo comprimido. De una lucha con el reflejo que se esconde en la paredes pulidas de esta jaula. De esta prisión carne, de esta crudeza que sólo piensa en la futilidad. ¿Para qué esfozarse en ver al dragón que se levanta argentino entre la maraña de cables que se cruzan en la ciudad? ¿Para qué perseguir al corazón alado cuyo destino es el niño de la esquina? ¿Para qué mentir a la lluvia que cae constante en la azotea? Sólo el frío vaho contesta brevemente...
¿Por qué permites que vivan las sombras? Si te enteras pronto esta vez, dejarás que divaguen en el interior, hasta que se sequen las hojas de los maceteros. Y déjame decirte que será difícil limpiar todo este desastre otra vez. Mejor prepárate para el incendio. Quema todo, hojas, maletas, entrañas, déjate seducir, una vez más, por el entretejido de los días. Déjate arrullar entre sábanas viejas color púpura, todas ellas con olor a la casa de infancia. Anda y aléjate hasta el rincón más apartado de la habitación, hasta el rincón, con el rostro vuelto hacia la pared, y entonces salta, agazapándote cerca del viejo radio, de la gata que te mira perpleja, pero con amoroso afán. Adéntrate en memorias de papel, familiarmente desconocidas, para salir de entre ellas, de esas sombras que ahora tanto deseas combatir.
Cuando pensé que no había retorno. Cuando creí que todo estaba perdido. Cuando ya no pude levantar la cabeza con vigor, ni con orgullo. Fue ahí precisamente, donde me dí cuenta que todo estaba chueco, que no traía veliz, ni paraguas, ni siquiera reloj. Todo lo había dejado en la parada anterior. Gracias a Dios sí tenía en mi manos un boleto de regreso. A veces para avanzar hacia el centro, es necesario desandar los pasos, darle cuerda a los relojes y pensar que sin duda, -hasta en los días más soleados- siempre es necesario un paraguas. -Memorias perdidas de un viajante extraviado-