2:36 p.m. - Escape

Cuando pedí que brillaras, no me refería a que te convirtieses en estrella.
Cuando supe que eras el destino, ese sino que para muchos es funesto, decidí ser rebelde. Podríamos achacarlo a la edad que tenía en ese entonces (alrededor de 18), pero la verdad, mi espíritu siempre ha sido inquieto. Mis ojos viajan, vuelan, se detienen, sólo para volver a emprender una nueva retahíla, y esto es algo que nunca se detiene.

Así que en ese entonces, hice lo que un tipo de mi edad y antecedentes hubiera hecho: huí.
Me escapé del amor, de ese abrazo, de ese tentáculo poroso, de ese vivir para otro, pues a mis ojos se tradujo en ancla, en un lugar aislado del mundo, cuando yo deseaba precisamente lo contrario. Ansiaba sumergirme y aprender todo, experimentar el sabor de las cosas semidulces y cuasiamargas, y centrar mi vista en algo tan palpable, me provocó escalofríos. Puedo achacarlo a que en realidad, no conocía al amor, únicamente pretendía conocerlo; mi vasta información no provenía de cosas a flor de piel, sino de palabras que consideré amigas. Definitivamente, las cosas no son como las pensamos, y menos aún, si no se detallan en cada seña que nos cruza, siendo así, es vana cualquier pretensión.

Después me percaté (con el tiempo, ¡bendito tiempo!) que estaba errado (aunque seamos sinceros, lo supe desde el inicio), pues comprendí que la mejor manera de vivir es hacerlo para otro, para alguien más, y es sólo en ese instante que se comprende en parte, cuál ha de ser la razón del ser-estar-parecer.
Era necesario corregir camino. Y tuve mi oportunidad.



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Etiquetas: Paseos varios