Después de vaciarte entera, decidí sorber tus ojos para que no vieras de noche.
Al inflamarse tu pecho, ví como respirabas, y cómo tus pezones suspiraban mi deseo.
Me arrastré por la cama y comí de tí, el platillo principal de este festín.
Me bebí el entorno de tu estómago.
Me regodeé en los muslos, en la cintura.
Decidí saber que ocultaban tus párpados y degusté tus pestañas hasta que quedaron desnudas tus pupilas, abiertas de par en par,
que se fijaron en el techo cubierto de certezas.
martes, enero 10, 2006
1:09 p.m. - El hambre sabe a ...
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