Era un día cualquiera. Las casas alrededor tenían algo de la luz del sol del atardecer, aunque el viento era un poco gélido, debido a que era mediados de octubre. Las reminicencias del verano se habían extinguido con las últimos estallidos de los fuegos artificiales del 16 de septiembre. Sin embargo, el sol aún era cálido, era uno de esos días en los cuales flotaba cierta flojera en el ambiente. Ese tipo de languidez que se presenta después de comer, en una de esas horas muertas de alrededor de las 5:00 pm.
Me levanté un poco sólo para alcanzar el control de la televisión. Sin duda alguna, el mayor invento del hombre en el siglo 20, ¡bendito el control remoto! Cambié algunos canales para ver la programación que era transmitida por televisión abierta, pero no encontré nada que valiera la pena. Y de repente me detuve. Algo he hizo percatarme que envuelta en una suave túnica blanca, estaba una mujer. Ella estaba en cada una de las imágenes frente a mí y me llamaba, pero sólo hasta que le día una vuelta completa a los canales me percaté.
La situación no podía ser más extraña. Viendo televisión, esa mujer de mediana edad me hacía señas, bueno, podía ser que le estuviese haciendo señales a alguien más al otro lado de la cámara, alguien imperceptible desde mi punto de vista. No obstante al mover los canales la ví una vez más. Apreté los botones otra vez y allí estaba ella, nada más que ahora detrás de una persona que pedía un medicamento para el dolor de cabeza en una farmacia. Me llamaba a voces indicándome con el dedo que me acercara.
Sin querer ví el reloj en la pared eran exactamente las cinco.
martes, diciembre 06, 2005
8:52 p.m. - El sentido de las manecillas del reloj
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